La idea, en un principi, era aprofitar aquesta tarda d'oratge insegur i calma relativa per espigolar en les sempre estimulants reflexions de Desmond Morris en "La mujer desnuda". Ja sabeu que és un assaig, farcit d'idees ingenioses (algunes agosarades i no sempre contrastades, però font inesgotable de temes de conversa) que tracta essencialment d'analitzar "els trets biològics i les funcions evolutives de les formes femenines, i com les societats humanes han modificat i adornat el seu cos en funció dels diferents conceptes de bellesa". Vencent la tentació, habitual per altra banda, de començar directament pel capítol 14, m'he encarat al principi... però no he passat del cabell: se m'ha creuat Gioconda.
Vaig descobrir Gioconda Belli com a novel·lista. Va ser amb "El pais bajo mi piel. Memorias de amor y guerra", un relat fascinant i autobiogràfic de la seua participació (activa, profundament compromesa) a la Revolució Sandinista. Del llibre he recollit opinions molt diverses, però a mi em va captivar des de la primera línia. Després, he seguit encara algunes de les seues novel·les --"La mujer habitada" (1988), "Sofia de los presagios" (1990), "Waslala" (1996) o "El infinito en la palma de la mano" (2008)-- que, tot i no haver-me causat la impressió de la primera, l'han posada entre les meues escriptores preferides. Però encara que cronològicament anteriors, no ha estat fins fa molt poc que he començat a llegir alguns dels seus poemaris, compromesos també, plens de força i sensualitat. En l'antologia "El ojo de la mujer" (1991) vaig trobar aquest, que m'ha vingut al cap i m'ha fet canviar, aquest vespre, l'antropologia per la poesia. Ja n'hi haurà temps...
No me arrepiento de nada
Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
—ellas habitando en mí queriendo ser yo misma—
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones
a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios
—en horas de oficina—
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser.
No me arrepiento de nada
Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
—ellas habitando en mí queriendo ser yo misma—
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones
a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios
—en horas de oficina—
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser.
Justament mentre escrivia el post d'ahir vaig estar pensant en incloure els últims versos d'eixe poema allà on deia que em veig l'hivern damunt cada volta que em mire a l'espill. M'encanta m'encanta m'encanta eixe poema!
ResponEliminaA Belli, no l'he llegida mai, sempre sempre m'he dit: però quin nom que té!!!!
ResponEliminaEl poema m'ha agradat molt, encara que crec que ara ser bona xica o no, no sé, ja és una cosa que em sembla dels cinquanta, vull dir, que ara és un poc més complex (o sempre ho ha sigut) no sé...
em fan ganes de llegir-la, a esta dona.
per altra part, el llibre d'abans no el coneixia, i també m'has encuriosit: què dirà al capítol catorze ;)
Els versos de la Belli son la natura absoluta i la dona sense afegits, sense res més a dir. No et calen Desmond Morris per a comprendre a les dones tenint a Gioconda
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